Fechas de publicación: 14/11/2015
Observar desde la ventana cómo íbamos avanzando en ese sendero de olas azules que pintaba el mar era una de mis mayores aficiones en el crucero.
En este barco de vastas dimensiones se podían hacer muchas cosas, pero la esencia la encontré en el movimiento, en la incuestionable compañía del mar, por el momento se ha convertido en mi forma preferida de viajar, pero sí voy a narrar las sensaciones buenas y no tan buenas que me produjo el que para mí fue un placentero experimento en alta mar.
En este crucero me ha ganado, sobre todo, la posibilidad de desconectarme del mundo, ser dueño del tiempo y no de un maldito reloj. Que las olas del mar sean las únicas vecinas que te acompañen día y noche resulta cuanto menos motivador. El stress se suele quedar en el puerto y a bordo suben las ganas de dedicarse a uno mismo, ni más ni menos. Y eso es algo a lo que todos tenemos derecho.
A bordo se hacen buenas amistades, no cabe duda. La socialización es vital cuando se pasan tantas horas en un barco y son tantos los lugares que posee una embarcación de este tipo, que compartirlos es una fase más de un viaje en crucero. El Crucero está provisto de piscinas, jacuzzis, bares, casino, teatro, gimnasio, biblioteca, ludoteca y un largo etcétera que va implícito a esta ciudad flotante con algo más de cuatro mil habitantes si contamos viajeros y tripulación. El que se aburre es porque quiere…
Paradas breves pero intensas son las que uno dispone en un viaje en crucero de este tipo.
El mero hecho de asomarme al balcón de mi camarote me hacía relajar la mente. Quedarse en blanco mirando al mar es uno de los más eficaces ejercicios de reflexión y relajación que pueden existir. El inmenso azul oceánico me sirvió de terapia con la que aplacar nervios y pensar en mí mismo minimizando las preocupaciones y las velocidades del día a día, de ese maleficio llamado rutina.
Viajar en un crucero ya no es de ricos, ni mucho menos. Esta práctica se ha ajustado a las apreturas en tiempos de crisis y se ha democratizado para convertirse en una posibilidad vacacional realmente asequible. Cada vez es mayor el número de plazas en esta clase de embarcaciones, por lo que los precios son más ajustados. Son muchas las grandes embarcaciones las que llevan a cabo este paso tan a tener en cuenta y que reconozco desconocía hasta ahora. Con esto está claro que la del crucero es una Desde fuera un barco que se ve como un coloso, pero desde dentro se vislumbra como una gigantesca ciudad flotante.
Ese apelativo le va al pelo si se tienen en cuenta que entre pasajeros y tripulación lo habitan unas 3500 personas. Tiene restaurantes, bares, gimnasio, piscinas, discoteca, hospital, biblioteca, guardería, salas de trabajo, teatro, capilla, casino, pista para hacer footing, una galería comercial y un largo etcétera Por tener tiene hasta un periódico diario, El Today, como si de una guía del ocio a bordo se tratara. En las largas horas de navegación tuve tiempo de darme largos paseos por las instalaciones, subir y bajar escaleras (o los ascensores) y fijarme en todo lo que se podía hacer ahí dentro. Es curioso ver cómo emplean su tiempo en el barco los distintos tipos de personas que se suben a él. Unos más fiesteros (y resacosos), otros en busca del relax total, otros amantes del mar que se acompañan de mapas para adivinar por dónde van en ese momento… los que nunca desocupan la barra del bar, quienes no se pierden por nada los juegos, conferencias y espectáculos que se desarrollan a todas horas o los que bajan una y otra vez a recepción por cualquier motivo.
Al igual que en una ciudad hay un pasajero único en cada camarote. y el mar siempre de fondo y de perfil rugiendo al paso de la embarcación. Al fin y al cabo lo que me quedaba en tantas horas era precisamente eso, el mar. El premio de despertar cada mañana con el mismo horizonte tras el balcón, de escuchar las olas antes de dormir, de quedarme leyendo en mitad del Océano…
En este maravilloso crucero pude conocer mucha gente que vivió cada una a su manera estos días de crucero. La conversación a 20 nudos siempre sienta bien con gente como Antonio, Carlos, David, Cristina, Karla, Ruth… Cada uno se fue a su casa con una respuesta resuelta y, alguno que otro, con más interrogantes todavía. Pero las tradiciones del mar nos enseñan que lo que sucede a bordo mejor debe quedarse a bordo.
Para hablar de algo conviene conocerlo. Esta fue mi primera vez en un crucero. Ahora sí que lo tengo todo más claro…
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